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Espacio Lagares

El saber ocupa… lagar

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De ser espacios pensados para la producción artesanal del vino, calados y lagares se han convertido en una interesante muestra del pasado de Logroño, museos poco convencionales que vale la pena visitar.

Nadie se sorprenderá a estas alturas si hablamos de la importancia del vino en Logroño. Lo que sí que puede dejar boquiabierto a más de uno es descubrir que, unos siglos atrás, esta bebida recorría, literalmente, toda la ciudad.

Como si de una urbe paralela se tratara, bajo los pies de los que hoy pasean por las calles Ruavieja, Mercaderes o Barriocepo, se hallan más de 300 estructuras dedicadas al almacenamiento y la crianza del líquido más famoso de La Rioja.

Esta serie de edificaciones, apartadas ya de su labor original, en su momento convertían Logroño en una especie de Venecia vinícola donde había incluso canalones abiertos destinados a la libre circulación del mosto que daría lugar al producto estrella de la zona.

Ahora que todo se ha refinado un poco, profesionalizándose y evitando que cada cual fabrique su propio vino en casa, las edificaciones subterráneas que servían de eslabón fundamental en este proceso productivo se han reinventado. Calados y lagares -estos son sus nombres-, ejercen hoy diversas funciones.

Lagar Mateo de Nuevas

Foto: Lagar en la Casa de Mateo de Nuevas, antigua Casa de la Inquisición. Actualmente sede de Dialnet.

Los hay que sirven de sedes universitarias -como la de la UNED, en el número 34 de Barriocepo-, de fundaciones –Dialnet (Casa de Mateo de nuevas) regenta unos lagares en esa misma calle-, o de colegios profesionales –arquitectos (Palacio Marqués de Lagarda) e ingenieros industriales tienen sus propios calados en Barriocepo y la Plaza de San Bartolomé respectivamente-.

Hay todavía otros que se han convertido en espacios destinados a acoger reuniones y acontecimientos de todo tipo -como el Calado de Mercaderes número 10, entrada por calle Ruavieja-.

Pero hoy toca hablar de aquellos a los que les ha tocado ejercer de museos, contradiciendo el viejo dicho según el cual el saber no ocupa… lagar.

Ruavieja es la calle que más calados expositivos concentra. Si uno entra en la ciudad a través del Puente de Piedra, el primero que encontrará será el Calado de San Gregorio, primera parada de la exposición El camino del vino.

Logroño Calado privado

Foto: Calado.

Esta muestra, que tiene como objetivo retratar los vínculos que unen el Camino de Santiago, el vino y Logroño, está dividida entre este local, donde al visitante se le explica la historia de la calle más antigua de la ciudad, y el Espacio Lagares, dedicado a la exposición de restos arqueológicos que dan buen detalle de cómo era la producción de vino en el lejano siglo XVII.

Avanzando un poco, los suficiente para llegar a la intersección entre las calles Ruavieja y Mercaderes, encontramos el Calado de la Reja Dorada, edificación que data del siglo XVI y que fue propiedad de la familia de Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz, mujer de Baldomero Espartero, renombrado militar de la Guerra Carlista.

Ahí uno tiene dos opciones, seguir por Ruavieja hasta llegar a Sagasta, donde se encuentra el calado del ya desaparecido Gran Casino o adentrarse en la calle Mercaderes para visitar los que se esconden en el Centro de la Cultura del Rioja

Popularmente conocida como “Casa de La Virgen”, esta edificación perteneció a la familia de los Yanguas antes de pasar a ser propiedad del Ayuntamiento de Logroño.

Calado Casa de la Danza exposiciones

Foto: Casa de la Danza

Habiendo paseado por el centro neurálgico de los calados y lagares logroñeses, queda solo una última visita relacionada con el tema.

Desde la calle San Gregorio puede accederse a la Casa de la Danza, un museo singular que, pese a estar ubicado dentro de un calado, no guarda ninguna relación aparente con la cultura del vino.

Y digo aparente porque, si miramos un poco más allá, nos daremos cuenta de que el arte de la danza siempre ha ido acompañado de ese punto de irracionalidad propio del néctar de Dionisos.

El baile y el vino tienen en común su voluntad de romper con la monotonía, su discreta forma de transgresión, tan arraigada en estas tierras.

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